viernes, 27 de julio de 2012

ESTIGMA DE DRAGÓN: CAPÍTULO I SEGUNDA PARTE


Cuidado con los árboles...



         Ella nunca pensó que llegaría a ser tan consciente de su respiración, de los latidos de su corazón, del sudor que bajaba por su frente. Esperaba que en cualquier momento los árboles volvieran a alzarse para, esta vez, devorarla a ella. Sin embargo, el tiempo pasaba y todo permanecía tranquilo.
            Decidió intentar levantarse. Su cuerpo se quejó por todos lados, pero apretó los dientes y aguantó.
            Estaba rodeada por todos lados de árboles. Árboles y más árboles, ¡demasiados! Aunque para ella uno ya era demasiado.
            En las ciudades humanas no había ni rastro de vida vegetal de ningún tipo. Solo unas grandes máquinas que imitaban a la perfección su forma y su función. Desde muy pequeña le enseñaron que los árboles eran peligrosos. Atacaban, masacraban, destruían, y tras lo que había visto no podía negarlo. La duda le embargaba en aquel momento, ya que… ¿por qué no la estaban atacando en aquel momento? ¿Sería algún tipo de trampa? ¿Trampa para qué? Estaba a su merced. ¿Disfrutaban manteniéndole en ese estado de inquietud? ¿Olían su miedo y querían regodearse en él? ¿La inteligencia de los árboles llegaba para tanto?
            Permaneció quieta unos minutos más, con el corazón a mil. Verdaderamente aquellos árboles se parecían enormemente a sus homónimos artificiales, pero no del todo. Poco a poco la curiosidad fue venciendo al miedo. Si estaba condenada, tal vez debería aprovechar esos últimos momentos para investigar aquello que a la mayoría de los humanos se les había negado por su propia seguridad. Esos árboles eran casi como los que había visto en su hogar, casi. Había detalles diferentes. Nunca había visto esos dibujos en ningún tronco. ¿Tendrían el mismo tacto, tan suave como los árboles mecánicos que conocía desde siempre?
            Se acercó despacio a uno de los árboles. Era un ejemplar enorme, de tronco oscuro y hojas en forma de estrella, de borde aserrado. Todo siguió envuelto en una silenciosa quietud. Tragó saliva. Se quitó uno de los guantes y alzó la mano, temblorosa. Posó por un momento y con suavidad los dedos en la corteza, pero enseguida los retiró como si quemaran, preguntándose si el árbol se tomaría aquello como una ofensa y la atacaría. El árbol permaneció imperturbable, tanto que parecía que nunca antes se hubiera movido ni hubiera engullido al robot con forma de ángel. Al ver que no pasaba nada, volvió a colocar los dedos, esta vez sin apartarlos. El árbol seguía sin reaccionar. Se atrevió a colocar la palma de la mano sobre el tronco. Nada. Sintió una extraña excitación al darse cuenta de que estaba tocando un árbol. ¡Un árbol de verdad! No una de las copias funcionales de las ciudades humanas. No podía creérselo. Debería estar desmembrándola para poder usarla como abono después, pero simplemente estaba allí, quieto, dejando que ella le tocara. Acarició un poco la corteza. Era dura y rugosa, pero le gustaba como cosquilleaba su piel. El olor que despedía también era diferente. Tan agradable y suave que no lograba concebir que los humanos se hubieran desprendido de él. Acarició un poco más, estudiando su corteza de manera analítica. Sabía que en los antiguos experimentos se inyectó a plantas con nanomáquinas que les permitió desarrollar una conciencia de sí mismas y la suficiente inteligencia para proteger su territorio de indeseados, indeseados que eran, como no, los humanos. ¿Por qué aquel árbol no estaba atacando? Los datos de los que disponía eran imprecisos, por supuesto, la mayoría estaban destruidos para evitar que los hombres cayeran de nuevo en la tentación de experimentar con lo que no debían.
            Dio un respingo al notar que algo vibraba en el interior del árbol, mientras emitía un sonido similar al de ramas rozándose. Se detuvo cuando dejó de acariciarle, y continuó cuando, tras el susto inicial, la muchacha volvió a acariciarlo. La sensación le era familiar, aunque no era capaz de…
            ¡Sí, sí que era capaz de situarla! Le recordaba a su pequeño Nielf cuando ronroneaba. Al gatito le encantaba que le prestara atención y le regalara sus caricias en cuanto tuviera ocasión de hacerlo.
            -¿Te gusta?-preguntó con cautela. ¿Sería capaz el árbol de entender sus palabras?
       Así debió ser porque su “ronroneo” se intensificó. Increíble. El árbol demostraba más inteligencia de la que le suponía en un primer momento. Suspiró aliviada, pensando que tal vez estaba más a salvo de lo que pensaba en un primer momento.
            Poco le duró la tranquilidad. El árbol dio un repentino golpe al casco con una de sus ramas. No era un golpe muy fuerte, pero sí contundente, y el miedo volvió a agarrarla con su incansable presa.
            -¿Qué… qué pasa?
            Siguió insistiendo con el casco, dándole diversos golpecitos por toda su superficie. No le parecía que quisiera hacerle daño, pero sí que no le gustaba el casco.
            -¿Q-quieres que me lo quite?-dijo nerviosa.- V-vale, no pasa nada, me lo quito, ¿ves?
            Llevó sus manos al casco y pulsando un pequeño botón, se retiraron las sujeciones y lo alzó con ambas manos para liberar su cabeza. Al instante miles de trencitas negras se escaparon de su prisión para correr libremente alrededor de sus hombros. Unos ojos azules muy claros parpadearon acostumbrándose a la luz del sol, antes atenuados gracias al casco. Se reveló un rostro en forma de corazón, con labios gruesos y piel ligeramente bronceada. Tendría poco más de veinte años.
            Una rama salió disparada como una serpiente hacia el casco, lanzándolo todo lo lejos posible. Del susto, la muchacha trastabilló con sus propios pies y terminó de nuevo en el suelo. Unas ramas aparecieron para ayudarla a levantarse, gentilmente.
            Ella, por su parte no entendía nada. Tampoco resultaba fácil pensar como un árbol sin serlo.
            Una rama le dio un par de toquecitos en un hombro. Al darse la vuelta, se fijó que señalaba un sendero en apariencia recto y completamente libre de árboles. Era la única dirección en la que se daba este fenómeno, y donde juraría que antes no había ningún camino custodiado por los árboles. Le recorrió un escalofrío, ¿acaso se habían movido? 

¿Te atreves a entrar?

             Avanzó dubitativa a través de ese camino. No tenía ningún sitio a donde ir, así que tanto le daba ir por allí que por cualquier otro lugar. No le resultaba muy convincente fiarse de los árboles, pero tampoco tenía nada que perder. Estaba sola y perdida en un territorio hostil.
            Era una locura lo que había hecho. Una auténtica locura. Sin embargo, no podía haber hecho otra cosa. No podía permanecer en la Polis, cada segundo que permanecía en ella más riesgo corría. Cada vez la vigilancia era más estrecha. Cada vez, las preguntas más atinadas, demasiado cerca de su objetivo. Las sonrisas habían perdido su auténtico significado. No, había hecho lo correcto, estaba segura. Eso sí, seguía siendo una maldita locura. Lo peor es que estaba convencida de que jamás cejaría en su empeño de perseguirla. Se había marchado con una información muy valiosa. Nunca la dejaría en paz, ni aunque se fuese al otro confín del mundo.
            En aquellos momentos le gustaría poder creer en dioses, como aquellos de la Antigua Religión que estaban empeñados en que todo el mundo siguiera sus doctrinas. En su momento le pareció molesto e increíblemente ilógico, preguntándose qué tendría que ver un dios, por muy único y verdadero que fuese, en que el ser humano se equivocara tan estrepitosamente en sus acciones cuando lo hizo. Ahora, aunque seguía viendolo de la misma manera, al menos le gustaría tener el alivio de saber que tal vez alguien cuidaría de ella y le echaría una mano en los momentos de más necesidad. Siempre había sido muy independiente y ella misma había solucionado por su cuenta todos sus problemas, pero el saber que no había humanos en kilómetros a la redonda le producía una inquietud tal como no había sentido en toda su vida.
            Cuando ya llevaba un rato caminando, escuchó un sonido muy poco tranquilizador del lugar donde había estrellado la moto. Los árboles volvían a revolucionarse y pudo ver como tapaban el camino de vuelta. Era sorprendente, apenas se movían un poco pero tan solo con eso dejaban vía libre u obstaculizaban completamente el paso. Se llegó un sonido diferente y también un olor que antes no estaba en el bosque.
            El olor del fuego.

Y al final todo fue consumido...

            Sintió como el pánico florecía en su interior y le atenazaba la garganta. Lo habían mandado a él. A él, de todos los Guardianes que podía haber mandado. No sabía si pensar que era cruel o demasiado efectivo para una chiquilla que se había escapado.
            No se lo pensó dos veces y echó a correr por el camino que los árboles le habían despejado. Desconocía cómo reaccionarían ante el fuego. Tal vez los árboles decidieran entregarla para que el incendio cesara y pudieran salvar sus vidas. Permanecía en tensión, vigilando a los árboles por si decidían arrebatarle esa suerte de ayuda que habían decidido darle. No hicieron nada. No… pero sí había algo raro. Una especie de vibración entre ellos, no sabría decir exactamente qué, pero emitía un sentimiento muy claro. Los árboles estaban asustados.
            Escuchó de nuevo el batir de alas. El humo hizo acto de presencia a sus espaldas, volando en su misma dirección. Sin dejar de correr, alzó sus ojos al cielo con el corazón en un puño.
            Ahí estaba. Con las alas y el cuerpo rodeados de fuego, aquel Guardián de perfectas proporciones resplandecía como un pequeño sol. Las llamas lamían su figura sin herirlas, y se abría paso a través del ramaje destruyéndolo con su implacable fuego. No tardaría en llegar hasta ella. 

Su belleza inhumana los sedujo a todos, ignorantes de que en su corazón solo ardían las llamas de la destrucción.


            Volvió su vista al frente y aceleró todo lo que le permitieron las piernas. A lo lejos pudo vislumbrar lo que parecía el lomo de una montaña. ¿De dónde salía esa montaña así de repente? Los escasos e imprecisos mapas que había conseguido consultar para su fuga no mencionaban la presencia de una montaña por aquellos lares y no había visto nada a lo lejos. Tampoco es que el tupido follaje le hubiera permitido ver mucho en la distancia.
            El humo cada vez se hacía más denso. Empezaba a costarle respirar y los ojos lagrimeaban.
            No quiso rendirse. Había llegado muy lejos, había superado miedos que la perseguían, tanto a ella como al resto de humanos, desde la misma cuna. Había llevado a cabo la madre de todas las investigaciones solo para poder encontrar un resquicio que le permitiera escapar y estar lo suficientemente preparada en el exterior. Todo lo que se pudiera estar, al menos.
            No. Había llegado hasta allí y seguiría avanzando. No la detendría ni aquel robot con cara de ángel ni el incendió que él mismo había propagado.
            El humo nubló su campo de visión. Notaba a sus espaldas cómo los árboles cubrían su espalda, interponiéndose todo lo que podían en el camino del Guardián ígneo y ella. No tenía ni idea de por qué lo hacían, pero en su interior una profunda emoción arraigó, sintiéndose culpable por todo el miedo que había sentido hacía ellos de forma injustificada.
            Se tropezó con fuerza contra una pared. El golpe la dejó aturdida un momento, pero en seguida se puso a palpar la pared, desesperada. Si no podía avanzar hacia delante estaba perdida, todas las demás rutas de escape estaban cortadas por el fuego. Sus manos dieron con una hendidura en la roca. Tanteó, no era muy grande pero podría caber por ella. Una brisa de aire fresca salía de aquel hueco. Se puso de lado, sin vacilar, tosiendo con fuerza y se introdujo en su interior. Al momento varios árboles taparon la salida. El Guardián tendría problemas para dar con su vía de escape.
            No quiso despistarse, avanzando todo lo rápido que pudo. Agradeció sobremanera la buena idea que tuvo al hacerse con un traje tan resistente, ya que le evitó un buen número de arañazos, aunque no pudo evitar llevarse un buen corte en la mejilla. Apretó los dientes y continuó.
            Cada vez se sentía más agobiada. Aquel hueco era muy estrecho, y el camino sinuoso. Torcía una y otra vez, y en dos ocasiones estuvo a punto de torcerse un tobillo al toparse con un desnivel. La roca contra su cuerpo a veces le impedía hasta respirar, su tacto lacerante y cortante, tan diferente de la corteza del árbol, la asustaba y la carcomía de ansiedad, pensando que en algún momento esas rocas afiladas la aplastarían y acabarían con su vida.
            Lo peor es que no tenía nada salvo su tacto para orientarse. La oscuridad era absoluta, y el silencio atronador. En unas condiciones así desconocía cuanto tiempo podría aguantar sin perder la cordura.
            El descenso fue eterno. Los creyentes de la Antigua Religión a veces hablaban de un lugar horrible, lleno de fuego y magma, al  que caías tras la muerte sin remedio si a su dios no le parecía que tu comportamiento había sido adecuado en vida. Un lugar bajo tierra, a kilómetros de la superficie. Cuanto más tardaba en encontrar la salida, más le jugaba su mente malas pasadas. Llegó a creer que era hacia ese lugar al que se dirigía sin remedio. Tenía un infierno detrás y otro le aguardaba delante. Las lágrimas se agolparon en su rostro, pero ni así quiso darse por vencida. Siguió arrastrándose a través de ese agujero, buscando la salida como un pez boquea fuera del agua buscando su preciado oxígeno.
            El tercer desnivel se presentó como una trampa mortal.
          Metió el pie sin darse cuenta y un súbito respingo la embargó cuando no encontró el suelo a la altura que creía. Pensando que un poco más abajo daría con suelo sólido, no detuvo la inercia a tiempo. Empezó a caer, trató de aferrarse a la pared con la que se estaba golpeando en la caída. No era del todo recta, describía una pequeña pendiente por la que rodó hasta golpearse la cabeza con fuerza contra una roca.
            Lo último que vieron sus ojos, que por fin vieron algo, fue una tenue luz al final de una inescrutable oscuridad.

Una luz, una insignificante luz en la oscuridad...¿nos condenará al frío olvido de la muerte o a la tenue esperanza de la vida?

1 comentario:

  1. He leido cuanto llevas escrito y tengo que decirte que me gusta mucho, tambien es que tengo debilidad por la fantasía.
    Te animo a que continues y mejores con cada publicación.
    Seguiré visitandote.

    Saludos

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