lunes, 7 de mayo de 2012

Mónologo: EL FINAL DE LA BRUJA

(El personaje es una señora mayor muy fea que tose y balbucea algo que suena a maldiciones en una celda húmeda y muy sucia. La mujer va tosiendo a lo largo de todo el monologo.)

    María -¡Acusarme!¡A mí! ¡De brujería, nada menos! (tos violenta) ¡Dí que sí! Me matarán antes los pulmones que el fuego “purificador” que me llevará de cabeza al infierno. ¡Malditos magistrados del santo oficio! ¿Qué soy tan fea y arrugada que parezco una de esas brujas devora niños de las que hablan las leyendas? Pues mira, sí, ¡pero ya os gustaría a vosotros veros así de bien a mi edad! Los años no perdonan, lo raro sería que no tuviera esta guisa. ¡Y mucho mejor que estaría si no tuviera que pudrirme en este cuchitril! Es que claro, se vienen al campo pensando que se van a encontrar pastorcillas guapas, alegres y risueñas, y se encuentran conmigo. ¡Esto es la edad y no el diablo, cabritos!
    Pero claro, soy una bruja porque no soy buena gente, ¿no? Porque no me dedico a sonreír como una bobalicona a las imbecilidades que hacen los críos, ¿no? ¡Pues deberían darme las gracias, que una hostia a tiempo arregla a cualquiera! Luego los críos se convierten en inquisidores y llaman hereje a cualquiera. Luego hay que soportar que, encima de bruja, me llamen mentirosa.
    ¡Hipócritas, que sois unos hipócritas! ¡Mentirosa yo! Yo digo la verdad y sólo la verdad. Si digo que el Arnatz tiene más cuernos que una manada de ciervos, ¡es que los tiene tan grandes que no debería caber por los huecos de las puertas! Y yo no voy marujeando como hace el resto, no señor. Yo se lo digo bien alto y claro: ¡Arnatz! ¡Que tu mujer te la está pegando con el molinero! ¡Que fijo que la niña ni es tuya! Encima la gente me mira mal. No, mejor llamar a Arnatz cornudo a sus espaldas, y a su mujer, puta. Pues no, ¡Arnatz es un cornudo y Artizar una puta! Así, a la cara y sin remordimientos. La verdad duele, ¿eh? Sus jodéis, no haber hecho lo que no teníais, no vayáis luego de tapadillo y metiéndoos con una pobre vieja.
    Aaah, pero la cosa no acaba ahí, no señor. Resulta que cómo sé hacer un par de infusiones y un par de cataplasmas, ¡ya preparo brebajes perniciosos cuya receta me ha dado el mismo demonio! ¡Jesús! (tose de nuevo muy fuerte) ¡Muerte, llévame pronto, que para lo que me queda aquí….!
    Sé de hierbajos, sí, ¿y qué? ¡Señoritingos de ciudad, que sois unos señoritingos! ¿Qué os habéis creído? ¿que aquí tenemos toda esos cachivaches de ciudad? Por no tener no tenemos ni sanguijuelas, sólo tenemos nuestros árboles y todo el suelo plagado de hierbas… ¿qué hay de malo en sacar provecho de nuestra tierra? Mejor nus muramos todos, ¿no? Luego claro, nadie se atreve a juguetear con plantas por lo que soy la única que sabe de esto y mala mirada me echan cuando pido algo a cambio. ¡Que tengo que comer!
    ¡Sabe de hierbas! ¡Es una bruja! ¿Y vosotros sois la voz de Dios en la tierra? ¡No me hagáis de reír! ¿Es que Nuestro Señor es tonto o qué? Para colmo de males, su prueba irrefutable de que soy una bruja es un lunar en el escote y dos gatos. ¡Dos gatos! Mi pobre Bixintxo… ¡ay qué solita me dejaste! Cómo no le salió a Dios de su Gracia darme niños, pues me quedé con esos gatos… ¡Crueles, que me acusáis de su muerte! Vale que sería un vago haragán malhablado, pero nunca le habría hecho algo así. Él me llamaba “vieja bruja” y yo “borrachuzo”, pero era la manera que teníamos de demostrarnos nuestro amor. Ay, ay, ay….(se retira una discreta lágrima) ¡que si tan bruja fuera habría menos criajo suelto por el pueblo, leñe, que ni te dejan dormir ni vivir ni ná… me iba yo a cargar a mi Bixintxo!

    ¡Y todo por culpa de la afrancesada esa! Que no la dejéis ir a Francia, que los franceses esos son muy raros y le van a meter ideas raras a la niña en la cabeza… ¡ni caso, ni caso! ¡Pues hala, a Francia! ¡Y termina en un aquelarre, nada más ni nada menos! Pero la niñita tuvo suerte, la absolvió no sé qué cardenal, obispo o la madre que los parió a todos… ¡A saber cómo le convenció! Que un hombre es un hombre y eso de la castidad no se lo traga nadie.
    Bien, no teniendo suficiente con todo este asuntillo, a la niñata esta no se le ocurre otra cosa que ir diciendo por ahí que había visto a otras del pueblo en la reunión  su aquelarre. ¡Lo suyo si que es lengua viperina y no lo mío! ¿Quién iba a tener en cuenta lo que decía esta tonta del culo? ¡Pues todo el pueblo! No sé cómo lo hizo. ¡Menuda la que se armó! De repente empezaron a salir brujos como setas. Hombres, mujeres, niños… ¡Una locura, y todo por una estúpida bocazas! ¡Y lo decía cómo si fuese tan divertido! Ahora bien, desde fuera… ¡menudo circo debía parecer! Llovían las acusaciones por todos lados, cada vez más absurdas. “¡Devuélveme la cosecha que echaste a perder! ¡Por tu culpa mi niño no nació!” De ser cierto me tendría que haber dado las gracias, por que como saliera igual de inteligente que la madre… “¡Por tu culpa a mi marido no se le levanta! ¡Sí, es por culpa de esa bruja!” ¡Habrase visto qué morro! El caso era echar la culpa a una mujer de lo único que no se nos puede culpar, ¿no? ¡Mala mujer, que tu marido no da la talla y no la da, no me venga a mi con historias!
    ¡Ea! Todos tensos como cuerdas esperando a que alguno de los brujos diera un paso en falso para trincharlos. Eso sí, a mi no me daban nada de miedo, ¡ja! ¡Yo no había hecho nada! Que me mirasen y me dijesen lo que quisieran. Pena que hubiera tantos llorones en este pueblo. El cura local estaba que no sabía qué hacer con estos feligreses que parecían a punto de causar un derramamiento en el pueblo y, entre unos y otros, quisieron acordar una disculpa pública para solucionarlo todo. ¡Qué risa! ¿Pero qué disculpa? ¡Ja! Lo que me reía yo entonces. Aún no me podía creer que la gente se tragara todo este cuento. Por supuesto, yo me negué desde el principio a disculparme. ¡Si no había echo nada!
    Por desgracia la cosa se empezó a poner fea de verdad. Los críos empezaban a perseguirme tirándome cosas, trataban de agarrar a mis gatos para hacerles daño. “¡Los demonios de la bruja, los demonios de la bruja!” gritaban. ¡Niños estúpidos! Y sus padres acosándome todo el rato, no me dejaban en paz. El resto de supuestos brujos presionándome para que acudiera al acto y pidiera disculpas. Empezaron a no querer venderme la comida. ¡Malnacidos! Al final no me quedó otra. ¿Qué iba a hacer una vieja como yo que nadie quería? Sólo pedía que me dejaran a mis cosas y ni eso.
    Pues nada, todos a la iglesia bien arregladitos, confesando ser brujos, pidiendo perdón, que no lo volveríamos a hacer, bla, bla, bla…. ¡y lo mejor de todo es que con eso fue suficiente! A casa todos tan amigos. Aunque siguieron las murmuraciones durante un tiempo, la normalidad volvió. Nada parecía haber cambiado especialmente, excepto que la mayoría de supuestos brujos trataban de ser más simpáticos que de costumbre. Aún estaban acojonaos, ¡cobardes! Menudas nenazas. Esto en mis tiempos no era así, los hombres eran hombres de verdad y las mujeres no se dejaban llevar tan pronto por habladurías como estas. Le hubieran vuelto la cara a la niñata a la primera tontería que dijera sobre brujas, y yo ahora no estaría aquí, encerrada en una cárcel del Santo Oficio… ¡Señor mío! ¿Qué no veis que Vuestros enviados se han equivocado y están majaretas? ¡Todos se han vuelto locos con la historia esta de la brujería…! ¿No será esa la verdadera treta del Diablo?

    Porque claro, qué final más feliz, ¿no? Una disculpa y a casita, aunque todo hubiera sido un mal entendido desde el principio. Pues no. Al lumbreras del párroco no se le ocurrió otra cosa que dar el aviso al Santo Oficio sobre este tema de brujas. Cagüen to… ¡con la iglesia hemos topado! Vino un tipejo de la capital y empezó a hacer campaña contra brujos y brujas, arengando y aterrorizando, haciendo especial hincapié en lo que les pasaría a aquellos que no acusaran a las brujas. ¡Y vaya que si la gente se asustó! ¡Rápido nos vendieron! Y de la misma manera que antes brotaron brujos, lo siguieron haciendo ahora, pero acompañados de los más infames delitos que se le puedan pasar a uno por la cabeza. ¡Que si habíamos matado a no se cuantos críos! ¿Pero qué son las mujeres del pueblo, humanas o conejas? ¡Que si en los aquelarres yacíamos con el demonio y le besábamos el trasero! Puaj, me dan arcadas de sólo pensarlo. Además, yaciendo todos juntos y con todos, mujeres y mujeres, hombres y hombres… ¿quién fue el enfermo al que se le ocurrió todo esto? Ay, Señor, ese sí que estaba poseído por el demonio (se santigua)  ay, ay, ay…
    Nos llevaron a estas mugrientas celdas, nos encerraron y nos incomunicaron. De vez en cuando nos sacaban y nos interrogaban. ¡Menudos interrogatorios! No querían la verdad, querían que dijera que era bruja sin importar qué. Sabía que la Inquisición tenía cacharros de tortura, pero no me salía de las narices. ¡Qué no! ¿Me oís? ¡Qué no! ¡Que ya soy muy vieja para mentir de esa manera! ¡Qué no y qué no! ¡Que estoy a un paso de la tumba y no voy a perderme el paraíso por un grupo de zopencos! (tiene un acceso de tos muy violenta) ¡Lo oís! ¡A un paso!
    Pasaban los días y nos tenían en condiciones horribles, casi sin comer y sin siquiera echarnos un agua de vez en cuando, completamente a solas, sin siquiera oír el más leve murmullo de viento. Luego se extrañarán de que hable sola. Un día, o una noche, yo qué sé, empezaron a llegar más presos, en tal cantidad que ya no fueron capaces de mantenernos aislados. Como podían intercambiaban datos para decirles lo que querían oír, seguros de que así los soltarían. ¡Panda de ingenuos! Si es que lo que no sepan las canas…
    ¡Y para rematarlo, garrulos, una enfermedad se empezó a cobrar las vidas de vuestras preciados brujos y brujas! ¡Os quedasteis sin el gusto de hacerlas vuelta y vuelta, y ojala me lleve a mi pronto!
    Es impresionante la cantidad de personas que hay aquí hacinadas, y no son todas del pueblo. Si es que no podrían serlo ni queriendo, y oigo como algunos dicen que han tenido que empezar a retener a la gente en otros lugares… ¿pero qué pasa? ¿España entera se habrá vuelto loca? ¿Habrá llegado la locura de las brujas hasta Andalucía o qué? ¡Señor, llévame pronto de este mundo de locos!
    Vaya, vaya, mira tú por donde, escucho pasos. Vienen a mi celda. ¿Se habrán decidido ya a torturarme para sacarme la mentira? Me da igual, les voy a mirar tan mal que se van a morir del susto al pensar que la bruja les ha maldecido. Uy. Uy, uy, uy lo que me están diciendo… ¡Mal nacidos, desgraciados! ¿Qué me vais a quemar? ¡Si no tenéis ni pruebas de lo que soy o dejo de ser! ¿Pues sabéis una cosa? ¡Más sus vale vivir mucho, porque yo arderé un día pero vosotros vais a acabar en el Infierno de cabeza para toda la eternidad! ¡Verás tú qué risa cuando os mire desde el Cielo abrazada a mi Bixintxo! ¡Vosotros sois los pecadores, cabritos, así quedéis bien retostaditos en el Infierno todos, que a mi el Señor no me puede reprochar lo que os va a echar en cara a vosotros, asesinos!
(Un acceso de tos terrible la hace doblarse sobre sí misma y caerse en el escenario)



1 comentario:

  1. Hola...me gusta este relato y estamos haciendo un ejercicio teatral sobre mujeres confinadas, tienes o sabes si esto se ha representado? Si tienes video me gustaría verlo
    Un saludo y gracias

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